Continuación del cuento leído en clases...
Al hombre no le agradaba cuando su esposa se quedaba quieta y muda a su lado. A pesar de que le fuera difícil conciliar el sueño con sus comunes movimientos, el hecho de que no hablara o dejara de moverse lo mantenía intrigado toda la noche. Se sentía angustiado. Se quedaba pensando en lo que pudiera estar pasando por la mente de su esposa o lo que podría haber dicho o hecho mal. Al fin y al cabo no era solamente “la mula” para él. Años antes se había enamorado profundamente de aquella mujer de rasgos finos y ojos tristes y aunque ahora no acostumbrara a decírselo, sin ella el hombre no sería nada.
Al igual que todos los días de su vida, el hombre volvió al trabajo la mañana siguiente. Cuando ya había terminado su jornada de trabajo, decidió retornar a la sombra del sauce donde quizás lo aguardaría la niñita jugueteando por el jardín. Pero no fue así, de hecho el hombre no logró cerrar un ojo en todo el rato que se acostó bajo el sauce, ya que creía que si se quedaba dormido no notaría la llegada de la niñita al jardín, pero ella no apareció. Decepcionado y por alguna razón bastante deprimido, cerró los ojos y la imaginó. Imaginó que corría por entre las flores, descalza y sonriente, como alguna vez la había visto hacerlo.
- ¡Oye Reinaldo se terminó el receso! ¡Vuelve al trabajo antes que el patrón lo note será mejor!
El hombre, hundido en la imaginación, saltó del susto al escuchar la voz de uno de sus compañeros de trabajo.
- Sí, ya voy…Si te dice algo sobre mi ausencia, dile que tuve que ir a dejarle unos documentos a mi esposa pero que no me tardo.
- Bueno, no hay problema yo le digo pero apresúrate…
En ese instante el hombre sintió como los piecesitos de la niñita hacían crujir el pasto seco del suelo al pisarlo. Levantó la vista y la vio, igual de hermosa que siempre.
La niña parecía estar más feliz que nunca y con un ramo de flores recogidas del jardín en la mano izquierda saltaba y revoloteaba por entre los arbustos y maceteros.
- ¡Oye Rubén! Ven aquí un momento por favor.
El compañero de trabajo de Reinaldo, que ya había emprendido camino devuelta a su labor, se dio media vuelta al escuchar el llamado del hombre y se acercó a la reja que los separaba de la enorme propiedad donde se encontraba la criatura.
-¿Qué pasa hombre?
-¿Qué acaso no la ves? ¡Mira por allá entre esos árboles!
- ¿Qué acaso no veo qué? Allá entre los árboles no hay nada Reinaldo…
-¿Cómo que no hay nada? ¿Qué no ves a esa niñita de pelo claro? ¡Mírala se está acercando a nosotros!
- ¡Parece que a ti te dio mucho el sol en la cabeza Reinaldo, si estas alucinando hombre! Allá no hay nada y no lo ha habido hace muchos años, por lo menos no en este jardín. ¿Qué no tenías idea que en esa casa vive una señora muy anciana que no sale ni para tomar un poco de aire? Una niñita es lo último que encontrarías en este jardín. Ahora si me lo permites voy a volver al trabajo.
El hombre, todavía con la mirada fija en la niña, se aferró a los barrotes de la reja y las apretó firmemente. No podía ser verdad lo que su compañero de trabajo le decía, al menos no para él, que la veía con sus propios ojos. Al abrir los ojos, el hombre se encontró con la pequeña frente a él. Reinaldo soltó los barrotes de la reja y se sentó en la acera lo más pegado a la niña posible. Sentía tanto su propia respiración como la de ella. Fue entonces cuando la miró fijamente a los ojos, tan fijo como nunca antes había mirado a una persona e hipnotizado por el profundo color de aquellos luceros, divisó a su mujer. La vio triste y desamparada llorando desconsoladamente. Siguió mirando esa imagen en los ojos de la niña por un instante, y convencido de lo que le querían decir, emprendió camino a casa, donde ella lo esperaría.
jueves, 11 de junio de 2009
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Escrituta creativa (final del cuento).
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